Comentario
Durante el siglo IV Roma lleva a cabo una serie de obras de ingeniería que revelan su capacidad de organización y su previsión del futuro, superiores a los de cualquier otra ciudad-estado italiana. Exponentes palpables de esa voluntad de superación son los Muros Servianos y las dos realizaciones de la primera gran personalidad de la historia de Roma, Apio Claudio el Ciego: el acueducto y la vía que aún hoy lleva su nombre. Fue ésta la época dorada del opus quadratum, como se llamaba la sillería.
La conquista de Veyes, la poderosa rival etrusca, en el 394, puso en manos de Roma la cantera de una toba excelente, hasta entonces utilizada raras veces y para piezas muy importantes como el cipo del Lapis Niger: la toba de Grotta Oscura, amarillenta de color y capaz de suministrar bloques de tamaño doble que el capellaccio y de un grosor de dos pies áticos (de 29,6 cm.). Hasta que en el año 100 a. C. Roma disponga de las canteras del Anio será ésta la toba que utilice para los Muros Servianos, los templos A y C de Largo Argentina, el Puente Emilio y la basílica del mismo nombre, el Puente Milvio, etc.; en suma, todas las obras de mayor empeño realizadas en la urbe.
Aprovechando el respiro que en el año 377 le dio su guerra con los volscos y latinos, Roma exigió un tributo especial a sus ciudadanos para llevar a cabo una obra esencial para su seguridad: reconstruir el agger entre el Quirinal y el Esquilino y completar el circuito de las siete colinas con un sólido muro de piedra de Grotta Oscura, un murus saxo quadrato como dice Tito Livio (VI,32).
La cantera de Veyes suministró una piedra que fue labrada en bloques aproximadamente iguales, prismas de dos pies de alto y de ancho, marcados con letras del alfabeto griego, señal del origen de los canteros de la Magna Grecia, verdaderos especialistas. Dionisio el Viejo de Siracusa pudo haber sido el mediador para aquel trasiego de una fuerza laboral tan considerable. Un muro de diez metros de alto y de un grosor medio de cuatro, con hiladas alternadas, una a soga y la siguiente a tizón, y un recorrido de cerca de once kilómetros, hizo de Roma la ciudad mejor defendida y más grande de Italia, con una superficie de casi 426 hectáreas. Los embates a que fue sometida la muralla hicieron necesarias restauraciones ocasionales, dos de ellas en la Guerra de Aníbal y la última en la de Mario y Sila, año 87 a. C. Entre las de esta última hay que señalar las dos casamatas subsistentes, una en el Palazzo Antonelli del Quirinal y la otra en el Viale Aventino. Este último y el conservado en la Piazza del Cinquecento, frente a la marquesina de la estación Termini, son los tramos mayores que en la actualidad subsisten de los Muros Servianos.
La escasez de agua potable de que Roma adolecía empezó a ser remediada en el año 312, durante la censura de Apio Claudio. Su colega, G. Claudio Venox, había descubierto un manantial capaz de suministrar 73.000 metros cúbicos al día, y Apio Claudio asumió el deber de hacerlos llegar a la ciudad. El canal (specus) discurría bajo tierra en su recorrido de 16 kilómetros hasta lo que hoy es Porta Maggiore y entonces Spem Veterem o Esperanza Antigua; de aquí se dirigía y atravesaba el Celio y salvaba la depresión entre Celio y Aventino por las cercanías de la Porta Capena, para terminar en el Foro Boario, cerca de la Porta Trigemina. La conveniencia de que el agua fuese rodada, es decir, que no adquiriese presión entubándola en un sifón, obligaba a construir una pasarela en la zona de Porta Capena, la primera en su género, y llevar el canal sobre un muro. En los tramos subterráneos la cubierta está formada por dos losas oblicuas de capellaccio, unidas por arriba en una junta vertical, pues Roma aún no hacía uso del arco de dovelas ni lo hará hasta el siglo I a. C.
En el mismo año de su censura, inició la obra de la Vía Appia. La calzada, sólidamente empedrada, permitía trasladar el ejército con inusitada celeridad de Roma a Capua por el litoral del Lacio a través de las Lagunas Pontinas. Era la primera vez que una vía no era denominada por su función, como la Salaria, o por su destino, como la Tiburtina, sino por una persona, la de su promotor.